Obdulio Italo Banda Marroquín. Lima: EFA, 2019.
PRÓLOGO
En la década
de los años ’70, el estado peruano en aplicación del PLAN REHATIC dispuso el drenaje de todos los humedales costeros,
para convertirlos en tierras de cultivo. Procedió al drenaje de cinco mil
hectáreas de los humedales de Pucchún,
admirable eco-sistema, destruyó los bosques ribereños del valle de Camaná, y cometió otras increíbles
atrocidades. Yo levanté mi voz tratando de impedir la consumación de esta
barbarie. Las instituciones estatales y toda la sociedad civil guardaron un
despectivo silencio ante mi voz solitaria, mostrando su complacencia ante este
dantesco ecocidio. Me espantó la complacencia del campesino, jubiloso por ver
los humedales convertidos en “terrenos productivos”. Mayor fue mi decepción
cuando me enteré que esta monstruosa atrocidad que yo creía única, era la norma
del género humano a través del espacio y de su luctuosa trayectoria en el
planeta. Sobrevino mi angustia y mi impotencia al saber que cada día que pasa
la voracidad humana sigue devastando más áreas naturales y extinguiendo
especies, ante la indiferencia y el silencio cómplice.
Peor aun: el protagonista de esta barbarie
no es alguien extraño a nuestro hogar planetario, no es un invasor extra-galáctico
usurpador de nuestro hogar planetario: es su propio morador: el hombre. El
protagonista de esta barbarie no es un oligofrénico; es un ente racional,
privilegiado entre los vivientes, con sensibilidad axiológica para discernir
entre lo bueno y lo malo, para internalizar imperativos morales; sí: él: el
hijo más racional de la madre naturaleza.
Es constitutivamente racional, sí. Pero
qué hay de esa racionalidad: la misma racionalidad que condujo al magdaleniense a diezmar las manadas de
caballos salvajes, es la que hoy protagonizó el drenaje de los humedales de
Pucchún y la que además, produce transgénicos. Es la misma racionalidad que se
expresa en Auschwitz, en Putis, en Cayara, en Nanking, la
misma racionalidad que siempre humanizó su entorno con un saldo brutal de
devastación y dolor.
Creo que quedan aún espíritus sensibles a
la barbarie de la destrucción de la naturaleza, que desborda toda moral y todo
calificativo imaginable, barbarie efectuada por un ser que supuestamente se
encuentra en la cúspide de la evolución biológica, y que supuestamente es muy
superior a la naturaleza. Creo que lo que más nos debe espantar es, el
antropocentrismo del hombre, expresado en el silencio indiferente de
autoridades y espíritus pensantes. Estamos en el núcleo de un holocausto, de un
carnaval dantesco, en el que el hombre, más bestializado y envilecido que
nunca, mide el mundo por sus intereses mezquinos.
Nuestra sensibilidad y axiológica
estimativa ante este carnaval de pasiones, nos obliga a asumir una posición
ante él: de qué lado estamos; qué DEBEMOS hacer; mas el asumir una posición,
nos plantea la exigencia racional de indagar por las raíces últimas del
problema; ¿cuál es el perfil antropológico del protagonista de esta barbarie?;
¿cuál es la explicación última de esta orgía devastadora?; cuál es la causa
última de este dantesco carnaval hedónico del humano? Hacia ello conducen las
presentes reflexiones.
La presente es la parte preliminar de mi
estudio. No discuto con otros autores coetáneos, porque quiero que previamente
me lean, para entonces discutir con su juicio acerca de mis planteamientos. Sé
que se me reprochará el no discutir con otros autores; no está mal discutir con
ellos. No obstante, ante esas discusiones académicas y teóricas –que lo haré a
futuro–, yo prefiero que la confrontación sea antes, de mis tesis con los
hechos: yo prefiero que sea el lector quien efectúe la contrastación de la
tesis y las propuestas del presente ensayo, con la lógica y con los hechos.
Mis ideas no están dirigidas a los
academicistas ni a los hermenéuticos: más bien representan un SOS dirigido a
los hombres y mujeres de acción; a los espíritus sensibles ante la barbarie,
pero que además, amen nuestro hogar planetario, y sean conscientes de nuestra
grave responsabilidad moral en la hora presente. La historia humana está
saturada de escritos, discursos y promesas, pero nada ni nadie detiene este
frenético carnaval de devastación brutal. Al hombre no se le conoce por lo que
dice o escribe, sino por lo que hace o deja de hacer en la prueba de la vida. Soy
directo porque no hay tiempo que perder; la barbarie amenaza con hundirlo todo;
cada día que pasa se “humanizan” más áreas naturales, y se extingue alguna
especie. Quiero ser leído solamente por hombres y mujeres sensibles que amen
nuestro planeta y sobre todo, consecuentes con sus ideas y comprometidos en la
lucha.
Es
mi indignación e impotencia frente a la imposición de la barbarie irracional, y
del consumismo brutal, indiferente y cómplice, pero es también un imperativo
moral lo que me llevó a escribir estas líneas. Estoy indignado, pero mi
indignación se mide por mi afecto y respeto hacia mi hogar planetario.
Una de las satisfacciones que me reporta
la presente investigación, es que constituye mi pensamiento y mi sentir
auténticos: no es de corte hermenéutico: ni mis ideas ni mi sentir se los debo
a ningún autor. La otra satisfacción consiste en que mi investigación me
permite comprender en su intimidad más radical y brutal, el fundamento más profundo
del daño moral deshumanizante y repudiable que deja la presencia del hombre en
el Universo. Mi investigación le quita la máscara, y lo muestra en su brutal
indigencia moral como lo que es: la bestia pensante.
Mi
lenguaje es directo, pero con él no pretendo ni herir susceptibilidades ni
acusar: pretendo explicar. Pretendo descubrir las causas de la barbarie, y para
ello, he de hurgar con objetividad en el interior del protagonista en este
escenario de muerte: que nos muestre su cruda intimidad en su consistencia
ontológica. Soy directo porque la hora presente ya no nos da tiempo para
andarnos con ejercicios de gimnasia mental y cortesías eufemísticas: hemos de
enfrentarnos con la naturaleza humana en toda su indigencia existencial, en
toda su brutal y lacerante miseria moral. En el presente estudio no pretendo
ofender, calificar ni censurar la conducta humana. Busco la verdad. Por lo
tanto, me esfuerzo por mostrar con objetividad lo que hallo –o creo hallar– en
la realidad factual que me ocupa.
Estimado lector: si usted considera que mis
calificativos no los merece, es porque no los merece. De ser así, no se haga
problemas: si no los merece, es porque usted es una de esas personas
excepcionales que honran la condición humana: sensible ante el dolor ajeno,
sensible ante la maldad, respetuoso, desprendido, tierno para con el humilde,
fraterno con la vida universal, desprejuiciado, o por lo menos, no es usted del
tropel de las gentes que con su comportamiento egoísta, soberbio e insolente hasta
hoy siguen marcando el paso de la trayectoria humana en el planeta. Entonces no
se haga problemas; el caso no es con usted.
Mi estilo es claro y natural, por una
razón: es un mensaje de acción: no pretendo dirigirme al hombre academicista,
ontológicamente unidimensionado y mutilado, abocado a las elucubraciones o a la
hermenéutica de otros autores, insensible ante la problemática ambiental: por
el contrario, mi diálogo es exclusivamente con el humano que siente –o es capaz
de sentir– como yo, la herida sangrante de presenciar la devastación carnavalesca
de nuestro medio ambiente, nuestra querida y hermosa madre-tierra, convertida
en una piñata de la grosera voracidad humana, y responde a la impotencia de no
ser ni siquiera escuchado por el tropel arrollador del carnaval humano. Tan
sólo para él escribo, tan sólo con él quiero dialogar, porque sólo él puede
llevar sus convicciones a la acción en la difícil hora del presente. Ese
aliado, él sí, dolido e ignorado, necesita que se le hable claro y directamente.
Porque soy uno con la vida, soy la vida
palpitante del Cosmos; porque amo y respeto la pureza infinita del Cosmos,
porque amo y respeto el prodigio de la vida, porque amo y respeto este hermoso
y único hogar planetario, una roca errante, solitaria y frágil suspendida en la
oscuridad de la infinitud, porque quisiera hacer mío el encanto de su tierna
soledad, por todo esto, quiero que mi voz sea una plegaria. Si la sociedad
civil siempre la humilló con su silencio, ansío que germine antes del final,
ansío que ella contribuya a hacer renacer la vida por sobre la muerte, la vida
por sobre el dolor. Aun sueño con un mundo colorido y auroral que emerja de la
oscuridad de la muerte, un nuevo tipo de hombres y mujeres de ternura
universalista, empáticos, sensibles y fraternos, sin heridas ni resentimientos,
y que no tengan que odiar para abrazar sin barreras el renacer de la vida.
ÍNDICE
Prólogo...…………………………………………………… 7
1. LA RELACIÓN HOMBRE-NATURALEZA EN EL CONTEXTO SOCIAL…… 13
1.1 La humanización de la naturaleza…………………... 15
1.2 La ubicación evolutiva del
depredador humano.…… 20
1.3 El pretendido derecho y el
deber…………………... 27
1.4 La dimensión social del
depredador humano……… 40
2. EL ESPÍRITU HUMANO Y SU EGOÍSMO………….. 53
2.1 La problemática ambiental es la problemática
del espíritu humano… 55
2.2 El Sinchi amachaq irracional y la convergencia
egocéntrica……. 62
2.3 El egoísmo en la línea
evolutiva…………………... 87
2.4 Irracionalidad y
egoísmo………………………….. 110
2.5 El genuino respeto es
inconciliable con la
mezquindad....................…………………………. 124
2.6 El egoísmo bajo el influjo
social….………………. 129
3. EL POBLADOR DE LAS JUNGLAS………………… 151
3.1 La violencia egocéntrica potencial y la
fragilidad en
el poblador nativo ancestral de las junglas………... 153
3.2 Posibilidad y realidad…………………………….... 172
3.3 La contingencia del
comportamiento ecológico....... 176
3.4 Lo determinante: la carga
instintiva de auto
conservación… 182
3.5 La espiritualidad “vital” del
respeto por la jungla.… 188
3.6 El carácter episódico de la
convivencia fraterna.….. 198
3.7 La alternancia de fraternidad
y agresividad……….. 210
4. LA EDUCACIÓN Y LA CONDICIÓN ESPIRITUAL DEL HOMBRE…… 215
4.1 El mito de la educación…………………………… 217
4.2 El individuo……………………………………….. 224
4.3 La preponderancia biótica en la sociedad racional... 228
4.4 La pretendida superioridad del hombre…………… 243
4.5 La auto-destrucción del ἄνθρωπος………………… 250
4.6 El hombre, inserto en la contradicción liquidadora.. 263
4.7 La espiritualización del hombre…………………… 269
4.8 Apéndice: otras exégesis de la problemática moral.. 287
Conclusiones………………………………………………. 316
Referencias………………………………………………… 318
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Carátula:
Contenido:
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